MELQUIADES MOLINERO GARCÍA
Hace millones de años unas placas tectónicas chocaron y arrugaron la corteza terrestre elevando montañas y creando hondonadas. Por aquellos millones de años, y con tanto movimiento, la península ibérica basculó hacia el oeste y unos enormes lagos que existían por aquí en el Terciario empezaron a vaciarse hacía el océano Atlántico. Esos cauces de desagüe de aquellos lagos son el origen de los ríos que hoy conocemos como el Tajo o el Duero.
Estos ríos todavía sin nombre porque nuestra especie todavía no había aparecido para joderla, se movieron libres durante miles de años a lo largo y ancho de las depresiones y valles. Con unas condiciones climáticas que pasaban de la aridez a las glaciaciones, los ríos erosionaron rocas de las montañas, transportaron en grandes crecidas cantos, arenas y limos; excavaron, formaron terrazas en los valles, crearon ricas vegas cubiertas de bosques de ribera, arrasaron en un lado del valle y dejaron materiales en otro, formaron lagunas y humedales y transformaron la piel de la tierra, formando una red de caminos de agua que llevaban la vida desde las montañas hasta el mar.
Llegamos nosotros y al río de aquí le pusimos nombre : Tagus, Tajo o Tejo, a él le da lo mismo no sabe que tiene ese nombre. Como vivir al lado del Tajo era placentero y facilitaba la vida y la supervivencia, nos asentamos en sus riberas y erigimos campamentos, villas, aldeas, pueblos y ciudades como Aurelia, Aranjuez o Toledo.
Y comenzamos a transformarlo todo: quemamos y talamos las frondosas selvas ribereñas, y desecamos los humedales para aprovechar los ricos suelos que el Tajo creó con sus crecidas, para cultivos agrícolas o para impresionantes jardines si eramos nobles y ya teníamos el condumio asegurado. Montamos minas para aprovechar las arenas y cantos que el río acarreó hasta aquí; le sangramos con presas y canales: para regar, para mover molinos, para producir electricidad, para lavar el coche. Y ya puestos a desarrollarnos también lo usamos como desagüe de nuestros desechos.
En la década de los 50 del siglo pasado el Tajo perdió su libertad, se construyeron los grandes embalses de Entrepeñas y Buendía en su cabecera y el Tajo ya no pudo moverse a lo largo y ANCHO de los valles, ni transportar limos y rocas como él sabia. Comenzó una condena que fue agravada en el año 1979 con el desvío de su aguas por el canal del Trasvase Tajo-Segura hasta los desiertos del levante peninsular, hasta hoy.
Se han promulgado leyes para justificar tanto desmán. En una le dicen al río, lo que es río y lo que no, porque lo demás es propiedad privada, para que no se mueva del sitio. En otra le dicen que tiene excedentes, que le sobra agua para campos de golf y huertas que se inventaron a cientos de kilómetros. Y hay una cojonuda, el “RD 773/2014 por el que se aprueban diversas normas reguladoras del trasvase por el acueducto Tajo-Segura” que le dice al Tajo, atentos: ! el agua que tiene que transportar por su cauce cada mes del año !
Con este panorama el río Tajo, el de los millones de años, ha optado por quitarse de en medio, no habla pero ha empezado a irse; como se fueron el Mar de Aral o los Ojos del Guadiana poquito a poco. El cauce ocupado por el agua es cada menor, y el lugar del agua lo va ocupando la vegetación. Las playas de arena y cantos rodados están sepultadas por el lodo y cubiertas de espadaña y carrizo, el que esto escribe las conoció y disfrutó hace apenas 40 años y os puedo asegurar que bañarse en una playa del Tajo es mucho mas agradable y divertido que hacerlo en una piscina alicatada y con el pH regulado.
Esta es, en un instante, la inmensa historia de un río al que llamamos Tajo; capaz de transformar el paisaje, el clima, y crear las condiciones de vida mas favorables para nuestra especie en este rinconcito del planeta.
Que no desaparezca ante nuestros ojos depende de ti y de mi, de nuestros hábitos de consumo y de la lucha activa que seamos capaces de desarrollar en su defensa. Defendámoslo.